23 nov 2008

LA POSICIÓN DE LA CÁMARA


Una vez me dijo un periodista de El Tiempo que “la Historia depende mucho de la posición en que se ubica la cámara para registrar los hechos”. Tenía toda la razón. El 12 de octubre de 1492 la cámara venía empotrada en las carabelas de Colón que se aproximaban a esta tierra para ellos desconocida. Este grupo de conquistadores arribaban con el presupuesto de que llegaban a ‘iluminar, civilizar, evangelizar y culturalizar’ a un montón de aborígenes anónimos del mundo.

Otra cosa hubiera sido si la cámara hubiera estado en la posición de aquella América: unos hombrecillos suntuosos con apariencia de caricatura, medias hasta las canillas, vestimenta colorida y pelucas de señora, desembarcaban con la intención arribista de llevarse todo cuanto fuera considerado una riqueza para los indígenas. Así no está consignado en los libros, obviamente, porque la cámara venía filmando desde España.

Algo parecido vuelve a suceder con los indígenas. Esta vez las víctimas olvidadas son los casi 20.000 indígenas que partieron hace más de un mes desde Cauca hasta la Capital y que, con un pedido sensato y elemental, algunos renuentes capataces insisten en considerar una exigencia exagerada: tierras productivas. ¿Por qué si es un suceso de admirable tesón y enciende una alarma social tan apremiante pasa desapercibido? Porque no está la cámara.

La única señal de que llegaron a Bogotá se constata cuando uno avanza por la Calle 26 y empieza a percatarse de los numerosos graffitis que dan la bienvenida a la Minga. Minga que, por cierto, se ha movilizado desamparada y han sido apenas unos pocos, poquísimos, los que se han solidarizado con ella brindándole un lugar para pasar la noche o una modesta merienda. Porque la Minga no mendiga.

La cámara está registrando la noticia efervescente del momento (porque para el Gobierno es preciso que así sea) y se olvidaron –una y otra vez- de nuestros indígenas. La cámara está maravillada con las filas de ahorradores de DMG a quienes se les acabó la dicha y con las excentricidades de ‘traqueto’ de David Murcia, el nuevo Pablo, el nuevo Mesías.

Otra cosa fue cuando la cámara se le salió de las manos al Gobierno y la tomó un acucioso periodista internacional para registrar a un policía disparando a los indígenas. Ahí sí hubo que salir a dar explicaciones, ahí sí hubo que reconocer que fueron objeto de violaciones desmedidas por parte de las autoridades y ahí sí hubo que tomar en serio el interés que despiertan los indígenas ante la comunidad internacional. Si la cámara la hubiera mantenido el oficialismo no hubiéramos visto más que un grupo de indígenas “infiltrados por el terrorismo”.

Hago esta observación para que lo espectacular se subordine a lo importante y a lo urgente, para que la cámara no esté donde quieren algunos que veamos, sino donde debe estar para registrar la Historia de una manera medianamente decente. Y lo digo con malestar: tristemente, a través de la cámara, es por donde estamos mirando.

20 nov 2008

¿EN DÓNDE ESTÁ EL DESAPARECIDO?


Como dice la canción de Rubén Blades “busca en el agua y en los matorrales”, porque juicioso, trabajando, no está. “¿Y por qué es que se desaparece?” Porque quienes lo precedieron eran iguales. Este desaparecido cree, falsa e ilusamente, que ya no hay mucho más que hacer. Y se equivoca.

Obviamente no estoy hablando de un desaparecido forzoso: como los de Soacha que terminan en una fosa presentados como bajas en combate. No. Hablo de ese desaparecido que ostenta el título de ser nuestro Comisionado de Paz. ¿En dónde está el doctor Luis Carlos Restrepo? Quién sabe… ¿Y en qué anda?... seguramente en nada, como lo ha estado estos 6 años que lleva en el cargo.

Aún no se consuma, por ejemplo, su tarea de abrir caminos efectivos para la paz con el ELN y con las Farc. Ni ha logrado coordinar con efectividad, con el alto consejero presidencial para la Reintegración, que los miles de hombres que depusieron sus armas no vuelvan a tomarlas, porque el Estado no les cumplió con los compromisos pactados. Cuando es una de sus funciones: “verificar la reinserción a la vida civil de los alzados en armas”. Fallas mayores.

Pero lo más grave es que el Comisionado olvida que aún permanecen cautivos y en deplorables condiciones 28 secuestrados ‘canjeables’ (según la última lista publicada por las Farc), cuyo calvario aumenta día a día por su incompetencia -o más bien-, por su inoperancia.

Estamos a poco más de una semana para que se realice la presupuestada marcha multitudinaria del 28 de noviembre a favor de las cerca de 3.000 personas que padecen todavía el flagelo del secuestro y el Comisionado nada, desaparecido y gozando de la invisibilidad que lo caracteriza.

Analizando sus resultados, hay que registrar que no está hecho para tan importante cargo sino más bien para otro. Para protector, quizás. Porque hace más cuando se mete en cosas que no son de su competencia. Por ejemplo, cuando oficia como guardia pretoriana del Presidente y lo defiende ante la oposición en polémicas políticas, muestra más efectividad y -ahí sí- esconde su tradicional ternura. Confundiendo que sus funciones son comisionar para la paz de todos y no solo para la de su jefe.

Y mientras tanto la paz sigue estando lejos y los secuestrados muriendo en la selva. Por eso urjo a quienes sepan de su paradero me informen…como en la canción: que alguien me diga si ha visto a este tipo, se llama Luis Carlos Restrepo, tiene 54 años, trabaja ante el gobierno como Comisionado.

Está desaparecido pero porque también los medios de comunicación han olvidado buscarlo, por estar concentrados únicamente en los movimientos del ilusionista David Murcia, la gallina de los huevos de oro que ha sido apresada. Quien, por cierto, con esas capacidades de hipnotismo fuertemente demostradas, sería un perfecto Comisionado de Paz para Colombia. Seguro le hace creer a la guerrilla que, si acaban la guerra, a vuelta de seis meses él les triplicará el poder político. Así la rentabilidad política después de un tiempo se les caiga. Cualquier cosa es mejor que no estar avanzando nada.

18 nov 2008

¿HEMOS CAMBIADO?


Publicado el jueves, 13 de noviembre de 2008

La pregunta es generosa y al mismo tiempo ambigua. Los optimistas pueden responder que casi-casi estamos parados en la cima (con C) de la victoria y la realización personal. Mientras los pesimistas, por el contrario, dirán que como nunca antes nos encontramos en la sima (con S) de una degradación cada vez más profunda. Si me hago la pregunta seriamente (y harto que me la hago) debo contestar que mando al traste ambas opiniones, porque en realidad no hemos cambiado absolutamente NADA. Seguimos igualitos.

Igualitos que en la época del auge de los carteles de la coca, donde los adultos, los viejos y los jóvenes menospreciaban la legalidad porque no era para nada lucrativa. Entonces se embarcaban en algún favor para “Don Pablo” o para los hermanitos Orejuela porque ahí si llegaba la platica fácil. Facilita.

Igualitos antes e idénticos a como somos ahora, cuando filas de adultos, jóvenes y viejos tratan de multiplicar sus panes milagrosamente en las mal llamadas “pirámides” (y digo “mal llamadas” porque las pirámides de verdad son sólidas y no se caen con tanta premura). Lo hacen, claro está, porque la rentabilidad que ofrece un banco es insuficiente para colmar la avaricia de nuestra mentalidad que busca conseguir dinero, mucho dinero, siempre y cuando la tarea nos resulte fácil. Facilita.

Conozco a varios que, en los ochentas y noventas, ante el descomunal negocio del narcotráfico, se sirvieron de él y sirvieron para él, porque sencillamente era la vía facilista. Como también, por supuesto, conozco casos miles de personas que han caído por estos días en la lista de arruinados por creer en la ecuación tramposa con la que seducen las pirámides de Midas.

Por eso insisto, seguimos siendo igualitos. Y me emberraca, me emberraca mucho. Me emberraca porque ahora empiezan a aparecer un montón de opinadores paisajistas a condolerse por los “ahorradores”, argumentando que fueron víctimas incautas abusadas por su ingenuidad. ¿Ingenuidad? Cuál ingenuidad, me pregunto yo. Si cada uno de esos “incautos” que llegó a esas ventanillas a depositar su dinero lo hizo impulsado por ese malestar intestinal de nuestra sociedad que, ‘catrasca’ tras ‘catrasca’, nos resistimos todavía a erradicar de una vez por todas.

Cuál ingenuidad, si es que tanto los que crearon las dichosas pirámides, como los que metieron su plata en ellas, actuaron bajo el mismo Principio del Atajo. El atajo de trampear la ley, de orgullecernos al estar siendo avivatos y elogiar nuestra ‘malicia indígena’ que supuestamente nos consigue todo, pero más fácil, más barato.

Yo no sé qué hemos cambiado. Si viéndolo bien seguimos igual de condenados que antes. Condenados a que los jóvenes no quieran demorar la academia, sino más bien ir desde ya amañando una buena “palanca” que los ingrese a un trabajo bien pagado y, ojalá, con un horario amable. Para qué vamos a hacer esfuerzos. Para qué nos desgastamos tanto. Para qué nos vamos a tomar la tarea de labrar nuestro futuro levantando ladrillo por ladrillo, si de golpe logramos alcanzar la cima (con C de construcción y de cojones) por medio de un atajo. Mejor la vía fácil. Facilita.

¿Hemos cambiado? Digo que no. Hemos cambiado de razones, pero seguimos siendo iguales. Igualitos.


Lo que haría con una base de datos


Publicado el Martes, 11 de noviembre de 2008

No recuerdo qué universidad ridícula y goda fue a la que le dio por colocar una cámara de video frente a los ojos de los aspirantes a estudiantes, al momento de exponerlos a diferentes imágenes. Si a un joven se le expandía la pupila al ver, por ejemplo, la foto de un modelo apuesto, el joven no era admitido en la universidad porque podría ser un homosexual en potencia.

Así de ridículos empezamos a vernos nosotros al empezar a aplicar una práctica, tan patética y evidentemente violatoria de los derechos a la privacidad, como la de entregarle al Estado (¡a éste Estado, nada más y nada menos!) la base de datos de los estudiantes y docentes de las universidades públicas. ¡Qué horror! Y qué paranoia andar buscando posibles terroristas en las universidades, de la misma manera como la universidad anteriormente citada se obsesionaba por identificar posibles homosexuales.

No niego que sea tentador tener una base de datos como la que pidió el fiscal Jorge Iván Piedrahita, pero estrictamente para alimentar el morbo de la curiosidad y no para hacer inteligencia. Incluso, la preferiría más completa, más amplia. Incluiría a todas las universidades, públicas y privadas y allí debería estar consignado todo lo referente al estudiante: hábitos en la universidad, calificaciones pormenorizadas y una valoración detallada de cada docente. Así sí.

De tenerla, empezaría por husmear el antecedente estudiantil del presidente Uribe, para consultar si realmente vio en la Universidad de Antioquia una clase llamada Derecho Constitucional, en la que se enseña que la Constitución es la Carta Magna que ampara a todos los ciudadanos -y no- el cuaderno de apuntes de un gobernante. Porque allí se precisa una diferencia oceánica.

Después revisaría cómo hizo Juan Manuel Santos para pasar el Examen de Conciencia, a no ser que haya sido a punta de positivos. Puntos positivos, quiero decir. Seguiría con Valencia Cossio con la seguridad de que se rajó en Ética también en la prestigiosa Universidad de Antioquia. Vería qué pasó con José Obdulio, quien no aprendió que “Desplazamiento” no es sinónimo de “Migración”, ni mucho menos cabe como sinécdoque denominar a la “Universidad Pública” igual que a un “Campamento”. En la lista continuaría con Luis Guillermo Giraldo, abogado javeriano a quien no entiendo cómo carajos le dieron el título si ni siquiera sabe redactar un párrafo tan trascendental como el de su promovido referendo. Y de paso averiguaría un poco sobre los 5 millones de firmantes, que al parecer no se percataron del error por no saber leer (leer bien, por supuesto).

Susceptibles de indagación rigurosa estarían Samuel Moreno, Jota Mario Valencia y el ex presidente Pastrana, cuyas ineptitudes generan verdaderas dudas de su paso por el Alma Mater. O si es que Pacho Maturana perdiendo –como es su máxima- se graduó un poquito de odontólogo. O si Sabas y el ministro Palacio consiguieron el diploma cediendo el puesto en la cafetería y la mañita les quedó gustando. O por qué Samper se quedó con la convicción de que es lo mismo “ingreso ilícito” que “ingreso insólito”. En fin, me divertiría mucho desempolvando los antecedentes de unos cuántos.

Pero es justamente para resolver este tipo de pesquisas que serviría una amplia base de datos. Cualquier otro uso no sería más que una exageración y una falta de respeto con los ciudadanos.

Hoy es un buen día para empezar


Publicado el Miércoles, 05 de noviembre de 2008

Hacía muchos días no me levantaba tan dichoso para empezar a escribir. Y aunque las ganas no eran la excusa, no hay como escribir con ellas. Lo que pasó ayer deja un balance más que positivo, como si el universo –en palabras del patético y lacrimoso de Coelho-, finalmente empezara a conspirar sincronizado con nuestros anhelos. Ayer, en el más acá, se fundieron soles; mientras un poquito más pa’ allá ascendió imparable una estrella negra.


Empecemos con la media dicha, que es la nacional: la renuncia del Gral. Mario Montoya. Ya era hora que empezaran a caer las cabezas de esa tenebrosa cadena de mando que se hacían los de las gafas con una práctica tan truculenta como son los falsos positivos y cambiar muertos civiles para conseguir permisos. Le aplaudo sobre todo la dignidad al General de renunciar, asumiendo el costo político de este escándalo. Concediéndole el beneficio a la duda, si no tenía responsabilidad por acción, por lo menos la tuvo -con absoluta seguridad- por omisión. Tenía que salir, aunque hay que reconocerlo: se marcha con una popularidad muy alta pues también fueron evidentes sus logros militares. En fin, decía que es una media dicha porque la cabeza que tenía que caer sería la del ministro Juan Manuel Santos, pero eso ya es soñar. Es apuntar muy alto.

Lo que sí me satisface por completo es la llegada de Obama a la presidencia de Estados Unidos. Empezando por el contraste vital que hará en esa inmensa y pálida Casa Blanca, cuyo único color lo ponían los niños vallenatos cuando llegaban con sus marimondas y sus gaitas. Pero el logro no es sólo por lo negro (en un país tan prejuicioso), sino porque siempre lo consideré un buen candidato y su discurso inspira, convence. Todavía estamos lejos de poder asegurar que será una presidencia ejemplar con un panorama económico tan crítico.

Ahora, la llegada de Obama es reconfortante, pero el júbilo viene de que al fin se marcha George Bush, por la puerta de atrás y sin posibilidades de retorno. Un hombre que reunió en un solo cuerpo la antipatía humana, la desmesura y avergonzó a los norteamericanos que –ya muy tarde-empezaron a entender que, más que Presidente, habían elegido a un viejo con el cerebro de un mico. Incluso ofendiendo al mico.

Lo cual trae sus carambolas. De un lado, el presidente Chávez deberá madurar esa saliva retórica con la que solía referirse a Bush, al que no bajaba de “perro, yankee y borracho”. Si es cierto eso de que un grupo se organiza más cuando ha identificado en comunión al mismo enemigo, al ala radical del socialismo del siglo XXI le costará asociar a Obama como una verdadera amenaza a su proyecto. Y otra cosa: los arrasa en popularidad a todos juntos.

En cuanto a nosotros, también me alegra que haya llegado el momento del “destete”, de empezar a pensar en una soberanía real cuyas directrices las tomemos autónomamente. ¿Que eso traerá consecuencias porque ahora EE.UU. mandará menos plata para ganar la guerra en Colombia? Si como dicen todos las Farc están moribundas (¿o catalépticas?), pues la ecuación más elemental apuntaría a que se necesitan menos recursos para matar y en cambio muchos más para reparar y reintegrar. Lo cual dudo que no le guste a Obama, mostrándose defensor de los DD.HH como se muestra. El giro que tomará la política norteamericana es, como decía el slogan de campaña, el “cambio que necesitábamos”.

Hagámonos los pendejos


Publicado el Martes, 30 de septiembre de 2008

Dice una frase que un pesimista no es más que un optimista bien informado. Pues bien, por el futuro del país, hay que erradicarlos. Ya estuvo bueno de esos pesimistas inoportunos que no hacen sino sacar los trapos sucios al sol. Colombia necesita buenos embajadores, al estilo de Jose Obdulio.

La estrategia es sencilla: esconder lo malo (o hacerlo pasar por un mal menor) y repetir cosas espontáneas como que “ya está moribunda la guerrilla, se acabaron los ‘paras’, prospera la seguridad democrática, subió la inversión extranjera gracias a la confianza que pueden tener aquí los inversionistas y, además, tenemos mujeres muy lindas y dicharacheras y el café más rico del planeta”. Cosas originales.

No podemos permitir que esos “informados” sigan despotricando al desgaire, pues son ellos –y no la realidad- los que crean la burbuja de prejuicios con que nos tildan a los colombianos. Para hacer patria y contribuir a la causa nacional es menester que sacrifiquemos unas cuantas verdades, o por lo menos, las pasemos de soslayo.

Por ejemplo, cuando vayamos a hablar con un extranjero debemos insistir en que aquí no hay desplazamiento forzado sino que hay “migraciones”, a la manera como los gansos huyen del invierno. Explicarle que acá no hay falsos positivos con muertos postizos, sino que suceden desapariciones aisladas. Que acá no hay concubinato con la ilegalidad y es siempre el Gobierno el que ventila los escándalos y no los investigadores, ni los medios de comunicación.

Gente como Daniel Coronell, que juiciosamente sigue escarbando en la Yidispolítica, son los que espantan inversionistas. ¿Para qué seguimos preguntándonos cuales fueron las “1.700 millones de razones” que le dio el Gobierno a Yidis para que no publicara el libro en el que iba a revelar al detalle cómo negoció su voto a favor de la reelección? ¿Acaso queremos deslegitimar un gobierno consagrado y diligente?

Es mal visto –y de mal gusto- que andemos diciendo por ahí que a un hermano del ministro del Interior y de “Justicia” le dieron casa por cárcel a pesar de estar acusado por cinco delitos. Mejor decir que acá en Colombia impera la justicia y al que se roba un celular en un bus o una bolsa de leche en un supermercado le cae todo el peso de la ley. Estamos limpiando el país de malhechores pobres y eso es lo que hay que resaltar.

Pongamos un poquito de nuestra parte, por favor, oficiemos como cancilleres todos y hablemos de nuestro país de mil y un maravillas en cualquier lugar donde nos encontremos. A diferencia de lo que opina Antonio Caballero en su última columna en SEMANA, yo creo que sí podemos ser embajadores, es más, de nuestras relaciones públicas depende que nos quiten tan inmerecida fama que nos obstaculiza los trámites para sacar la visa o para firmar de una vez por todas el TLC. No sean tan quisquillosos señores pesimistas, paren ya con esa catarata de pesquisas y únanse a este clamor de tragar entero que el 84 por ciento de los colombianos viene pidiendo. Al fin al cabo, no es tan difícil hacerse uno el pendejo.

CUANDO SE ES TIMIDO...


Publicado el viernes, 26 de septiembre de 2008


Volvió a ocurrir. Creí que ya me había curado de ese mal que nos aturde (mas bien que nos paraliza) a los que nacimos condenadamente Tímidos. No tímidos de los que sonrojan mejillas y balbucean monosílabos. No. Hablo de los que somos verdaderamente Tímidos, de los que pasamos por ridículos.

Ayer, frecuentando el centro de Bogotá como suelo hacerlo, me tropecé a las 4:17 de la tarde con un maestro de las letras al que de sobremanera admiro, pero que es extraño, extrañísimo, verlo orondo por estas tierras. “Yo a este viejo lo he visto en algún lado, estoy seguro -me dije, mientras apuraba el escrutinio de encontrar su rostro en la poca memoria que tiene mi memoria-. Pero si este es…es…sí, no hay duda, tiene que ser él”. Pues bien, lo era.

Con su usual mirada divagante que parece inofensiva (y es verdad que sólo es aparente porque en el fondo es asesina), su ya esquelética figura iba metida en una envoltura de ropas caqui y a un paso excesivamente lento que después de mucho verlo me produjo una terrible intención de acelerarle el ritmo así tocara a empujones. Busqué en la mochila la grabadora que siempre cargo para improvisarle una entrevista, pero no la traía. “¡Maestro Fernando Vallejo!”, quise gritar. Pero sólo quise…

¿Y no detesta pues Colombia y sus gentes y en general todas las gentes del mundo? ¿Y no dizque disfruta del campo y el salitre y los pájaros y los perros, como para meterse al burbujeante manicomio que es el centro capitalino? A todo lo anterior, debo responder: no sé. Porque lo vi pasar y lo dejé pasar sin siquiera hacerle una pregunta, actuando como el más pueril de los periodistas.

Seguramente él se iba diciendo “qué miserables son los ciudadanos de esta patria que no me reconocen en la calle, cosa distinta donde fuera Juanes o Shakira”. Posiblemente tenga razón, pero también cabe la posibilidad de que muchos tímidos -como yo- nos atragantemos al verlo y perdamos la oportunidad de musitarle palabra alguna.

Y digo que volvió a ocurrir porque algo similar me ocurrió hace un par de años en La Heroica con Gabriel García Márquez, en el marco de un festival de literatura. Con la clara intención de salirle al paso cuando lo viera, para que me diera una pequeña entrevista y me estampara en un libro su autógrafo, borré con minucia de “Cien Años de Soledad” las notas que había dejado en la contratapa (como suelo hacer con los libros que voy leyendo), para que Gabo encontrara un espacio limpio donde estampar su firma. Todo estaba fríamente calculado: el libro, el bolígrafo, la grabadora con pilas y unas cuantas preguntas que le haría. Pero no contaba con la escasísima exposición que procura el Nobel cada vez que pisa Colombia, porque a diferencia de Vallejo, su presencia nunca pasará desapercibida.

Dos días pasaron del festival y nada. Fui a buscarlo a su casa rosada que queda al borde de la playa entre la plenitud imponente de las murallas, y nada. Me colé a cocteles donde creí que asistiría y tampoco nada. Todos decían que estaba en la ciudad, pero nadie daba razón de dónde diablos se encontraba. Entonces, resignado, desistí.

Pero una noche, sumergido en el apuro de salir de copas en la Cartagena de noches sempiternas -y conociéndome como me conozco-, decidí dejar en el hotel todo cuanto fuera susceptible de perderse en la borrasca etílica. Grabadora, cámara fotográfica, libros, agenda y todo lo demás, lo guardé con llave porque decididamente iba a emborracharme.

Así fue que, cuando me encontraba frente al baluarte de San Francisco, por entre el caminito de piedras de un callejón que conducía a la plaza donde me tomaba la primera cerveza, apareció finalmente Gabo, que para esas alturas ya lo figuraba como una leyenda. A pesar del asombro, certificando que era de carne y hueso, me espabilé de pronto y entonces quise echar mano de la mochila para buscar la grabadora, la liberta o acaso el libro que tenía destinado para su autógrafo. Pero solo quise…

Desmoralizado me acerqué alzándole una mano a manera de saludo, mientras él pasaba lento como si caminando con su paso sostenido disfrutara mi desgracia, y me produjo entonces una terrible intención de acelerarle el ritmo así tocara a empujones, o a patadas. Pero no lo hice, por supuesto, aunque confieso que lo quise…

Lo peor es que no sé cuántas veces más estaré condenado a que me pase lo mismo. De lo que estoy seguro es que no soy el único. Estando una vez Gabo, en 1957, caminando por el bulevar Saint Michel en París, se sorprendió de pronto cuando vio en la otra acera al escritor norteamericano Ernest Hemingway. “Por una fracción de segundo –recuerda García Márquez-, me encontré dividido entre mis dos oficios rivales. No sabía si hacerle una entrevista de prensa o solo atravesar la avenida para expresarle mi admiración sin reserva”. Aunque quiso, no hizo ninguna de las dos. Decidió solo gritarle de andén a andén un estrepitoso “Maeeeestro”. Y lo dejó pasar. Como lo hice yo.

Mancuso, al banquillo del Talión


Entrevista original realizada con Fabio Medina. Esta versión publicada el jueves, 18 de septiembre de 2008

Puede parecer reconfortante que un victimario reciba su castigo, pero para las víctimas, más que el sufrimiento del otro, sigue siendo más importante la reparación de todo cuanto han perdido. Memorias de una entrevista que me sigue despertando preguntas.



…Había tenido que redactar, agobiado por la irritación, varias noticias reiterativas de ciertos grupos de seguidores de jefes paramilitares que se apostaban en las puertas de las Unidades de Justicia y Paz de Medellín, y algunas otras ciudades, para intimidar con abucheos a una multitud de víctimas del paramilitarismo. Dolientes que manifestaban a las afueras del recinto su impostergable indignación al escuchar el recuento de los crímenes que allí rendían quienes fueron los verdugos de sus familiares.

Justamente semanas después se me daba la exclusiva oportunidad de estar, junto con un colega periodista, cara a cara ante uno de estos ex cabecillas de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Quizás no uno tan senil como argumenta estar ‘Ramón Isaza’, vetusto líder de este grupo a quien le aparecen lagunas mentales cada vez que debe recordar cuántos muertos dejó enterrados sin sepultura en la Costa Atlántica. Pero sí uno más astuto, y quizás, el más preparado de estos personajes que han encabezado la cúpula de los paramilitares.

A las diez de la mañana en punto, como era lo acordado, estábamos frente a las imponentes rejas de la cárcel de máxima seguridad de Itagüí, a veinte minutos de la ciudad de Medellín. La construyeron como una alambrada fortaleza albiazul, embutida a fuerza en un barrio popular del municipio, para recluir, entre otros, a algunos de los más importantes jefes ‘paras’ que habían decidido someterse a la controvertida ley de Justicia y Paz que promovió el gobierno del Presidente Álvaro Uribe.

Después de los controles protocolarios, requisas de rigor, firmas, sellos y acreditaciones, estábamos finalmente junto al pabellón de ‘Justicia y Paz’. En el apuro, una de las funcionarias del Inpec, al escuchar quién era nuestro entrevistado trató de reducirnos la impaciencia: “No se apuren que el interno se les demora. Porque es de un vanidoso… que ni se imaginan”.

En efecto, resultó que este señor, cuando de salir en cámara se trata, se baña con delicadeza, se acicala minuciosamente, afeita al milímetro su barba, se limpia las uñas y se engomina el vestigio de cabello que le queda.

“Pasen por aquí –dijo otro guardia, indicándonos el despacho principal donde realizaríamos la entrevista, para que pudiera ser escuchada por la directora de la cárcel, como es rigor en este tipo de citas entre internos de ‘alto perfil’ con medios de comunicación-. Y tengan paciencia”, volvió a sugerir.

Sí que la tuvimos. Después de cerca de dos horas de espera, finalmente, apareció en la oficina su impecable presencia de casi dos metros de altura, luciendo un costoso traje italiano y aguardando a que el guardia le quitara las esposas de las muñecas para saludar con un apretón de manos.

Debo confesar -en honor a la verdad- que me lo imaginaba muy distinto. Sabía sí de su tamaño y de su labrada educación, pero me lo figuraba como se figura uno, casi siempre, a un protagonista de la guerra, como a los Castaños o a los Tirofijos -que ojalá reencarnen nunca-, como a los tiranos: rancios, agrios y prepotentes. Este era todo lo contrario, incluso, con un aire de amaneramiento.

“Mucho guuujto, Salvatore Mancuuuso…”

Su presentación derrochó esa tendencia musical que tienen los costeños de alargar las vocales.

Minutos antes, le había cancelado otra entrevista a un periódico mejicano, programada para el mismo día. Nos privilegiaba al aceptarnos. En otras circunstancias, seguramente, hubiera sido peligroso encontrarse con él: un jefe ‘para’ acostumbrado a sentenciar la muerte. Pero estando dentro de un penal con ‘extremas medidas de seguridad’ (días antes se encontró allí, en un operativo sorpresa del Inpec, una granada de fragmentación, 11 millones de pesos y aguardiente), a mi me pareció indefenso, sin dejar de ser intimidante. Íbamos con expectativas de lo que pudiera revelarnos, pero tampoco nos hacíamos demasiadas ilusiones. Como presupuestamos Mancuso es un ‘viejo zorro’ curtido en la retórica de evadir preguntas y no se resbaló en ninguna de las cáscaras que le pusimos. Sin embargo, dejó muy en claro un par de cosas no del todo irrelevantes.

La negociación se venía yendo al traste

El descontento que venía teniendo con el Gobierno lo vino a justificar un mes después de la entrevista. La madrugada del martes 13 de mayo Mancuso fue sacado sorpresivamente de su celda para ser embarcado en un avión rumbo a los Estados Unidos. Igual suerte corrieron otros doce jefes paramilitares, escarmentados a purgar allá sus delitos de narcotráfico, con la ‘novedad’ de que en Colombia seguían delinquiendo desde las cárceles faltando al compromiso adquirido. Muchos aplaudieron la decisión. Otros, en cambio, tomaron la medida como un nuevo traspié del presidente Uribe hacia la Corte Suprema de Justicia, para que no siguiera mandando al ‘bote’ a tantos congresistas afines a su gobierno.

El otrora jefe de la mesa de negociación de las Auc venía denunciando el incumplimiento permanente del Estado. No sólo con los cerca de 30 mil desmovilizados, sino también con las poblaciones en donde ellos ejercían la ley y el orden –a cualquier costo- y que, según él, algunas permanecen igual de desprotegidas o peor. Confesaba que si bien tuvo avances la política estatal de seguridad democrática, en muchas regiones se quedó ‘cojo’ ese amparo.

“Significa que el Estado no ha tenido la capacidad de solucionar todos los problemas sociales de estas zonas marginales, de esta Colombia marginal”, dijo Mancuso y agregó, además, que la maquinaria oculta que financió y promovió por años el paramilitarismo aún sigue intacta: “El paramilitarismo de Estado sigue vigente. Ese no se ha desmovilizado”. Esa cúpula, seguramente el mismo ‘grupo de los seis’ que mencionaba Carlos Castaño, sigue libre e intocable. Es común que la justicia condene a los que funcionaron como punta de lanza y no a quienes inyectan millonarias sumas para perpetuar la guerra históricamente lucrativa. Quién otro sino él, Salvatore Mancuso, para dar testimonio de la fortuna cosechada durante su militancia en la ilegalidad.

Para la muestra un botón: una semana después de ser extraditado, fue descubierta una caleta en un lujoso apartamento en Montería, donde Mancuso guardaba con recelo varias propiedades a nombre de testaferros comerciantes y ganaderos. Lo que hoy prueba dos cosas: primero, que Mancuso por más dispuesto a someterse a la justicia, no quería abandonar sus hábitos de resonante etiqueta. Y segundo, que no estaba entregando todo –como decía estarlo haciendo- para reparar a las miles de víctimas que dejó en Córdoba, donde imperó su mano.

Habló también de intimidades. Dijo que jamás en su vida se había emborrachado y que tampoco la iba con el cigarrillo (quizás para mantener intacta su impecable dentadura). No sé porqué una luz, por allá escondida en la memoria, me hizo recordar al difunto Abraham Lincoln cuando dijo que poco confiable y de pocas virtudes es una persona que carece de vicios. Resolví entonces no creer ciegamente en sus confesiones.

Al comienzo del proceso los paramilitares estaban optimistas. Creían que la negociación con el Gobierno les iba a traer pírricas condenas y luego, por arte de birlibirloque, encontrarían el olvido de sus crímenes en la opinión pública para obtener –legalmente- curul en próximas elecciones.

El propio Mancuso reconoció, ya muy tarde, que al prohibírseles la posibilidad de hacer política, estigmatizándolos y callándoles la boca a los actores del conflicto, no se sentaría a negociar nunca ni siquiera la guerrilla. Más que nunca pareció sentirse traicionado, por eso hoy pide que la justicia llegue también al Estado, “a la clase política que se arropó en la autodefensa y hoy nos niega como lo hiciera Pedro con Jesús”.

Lo dice en la última carta que le envía desde EE.UU. a medio millar de desplazados del departamento de Córdoba, para pedirles perdón por el destierro al que los tuvo sometidos. Traigo a colación este artículo en este momento porque, estando lejos Mancuso vuelvo a pensar en las víctimas que difícilmente tendrán oportunidad de lanzarle consignas o tomates o reclamos a su verdugo.

“Si la ley del Talión significa algo en el camino de la reconciliación, la acepto con gusto”, dice en la carta, como reconociendo que el destino labrado, ineluctablemente, viene acompañado del castigo. Hoy dice ser un hombre arrepentido y por lo menos yo se lo creo, aunque quienes verdaderamente importen sean sus víctimas.

Recuerdo que antes de dar por terminada la entrevista le pregunté qué metía antes en sus bolsillos y qué guardaba ahora:

“Cargaba un maletín con un GPS, un portátil con información y fotos de mi familia. Ahora, guardo las llaves de mi celda, un bolígrafo y una libreta”, aseguró.

Los tiempos le han cambiado después de esa entrevista. La última vez que lo vi fue en una imagen que transmitió un noticiero internacional cuando Mancuso se presentó ante una Corte norteamericana, con la barba sin afeitar, los ojos hundidos y metido en un uniforme naranja de reo, arrastrando una cadena cruzada de las muñecas a los tobillos. Nada quedaba de aquél suntuoso majo de ascendencia italiana.

Internado en D.C Jail (una de las cárceles más estrictas del mundo), el paraíso que significaba estar en Itagüí con autorización para sus vanidades, es historia patria. Hoy sólo tiene derecho a cinco duchas semanales, visitas escasas y una hora de sol a la semana. La ley del Talión parece que empieza a ejercer su cometido.

Y sin embargo, me sigo preguntando: cuándo llegará al fin la justa recompensa para las víctimas, a las que en ésta histórica injusticia les han arrebatado 7 millones de hectáreas según las cifras. Cuándo será que les devuelven por lo menos la mitad de la tierra que tuvieron con la cual labraban su sustento. Cuándo será que les prestamos la atención merecida, distinto a cuando se parquean por horas en el Parque de la 93 en el exclusivo norte de Bogotá para exigir que sean tomados en serio. Cuándo será que los sacamos del olvido. Cuándo será que los mandamos al banquillo, pero del reconocimiento, la disculpa y la dignidad, cuándo será, pregunto, cuándo será…

A MÍ QUE NO ME LLAMEN CON-DON


Publicado el Miércoles, 10 de septiembre de 2008

Yo no sé si a todos los países con altos índices de delincuencia les pasa lo mismo que a Colombia, donde el indefenso lenguaje es atropellado por la realidad y resultamos, sin quererlo, usando el dialecto criminal. Muchas palabras, ya no por desuso como sí por su mal uso, están siendo susceptibles de salir de nuestro diccionario colombiano. Entre ellas el Don.

La anteposición Don, según el diccionario, tiene un carácter deferencial y quien lo usa antes del nombre es porque está haciendo algún tipo de reverencia al varón. Versiones afirman, incluso, que Don es una abreviatura: De Origen Noble. Pero como era de suponerse (rebeldes que somos) en nuestra patria fabulosa sucede diametralmente todo lo contrario: quienes orondos llevan el Don son justamente los más infames.

Como botones hay muchos, pero para la muestra Don Berna, Don Pablo, Don Mario y Don Diego, todos temibles narcotraficantes. Tan común es la anteposición en el gremio de los bandidos que el mismo Gobierno se confundió el año pasado, invirtiendo el destino de las cárceles a donde debían ir los reos Diego Fernando Murillo (Don Berna) y Diego León Montoya (Don Diego). Por supuesto se enredaron con el nombre de pila (ambos Diego), pero también -y sobre todo- con el Don.

Por más que intente ubicar alguno en la memoria, no conozco un Don (famoso) que no me cause indignación, a excepción de Don Bosco. Cito por encima a Don King, el empresario del boxeo, que si no es delincuente declarado por lo menos con su oportunista usura lo parece mucho; o Don Ramón, el de la vecindad del Chavo, que era un moroso sinvergüenza que jamás quería pagar la renta; o sin ir más lejos, Don Omar, que parece más un narco californiano que un reguetonero, aunque en realidad todos los reguetoneros parecen narcos californianos. Pero volvamos a Colombia…

Esta palabra tradicional, humilde y respetuosamente usada en los pueblos, se nos volvió delincuencial. Con la salvedad de que la usemos exclusivamente para círculos pequeños y familiares (al señor de la tienda, por ejemplo), si le decimos Don a un terrateniente muy famoso es como si lo tildáramos de criminal. Por lo menos a mí el “Don Álvaro” me generaría oscuras suspicacias, por muy transparente, ubérrimo y noble que sea el patrón.

Ahora, no es que el Don lo hayamos criminalizado a mansalva o por capricho. No. Lo que pasa es que se criminalizó por contacto con la realidad. Nuestro lenguaje se criminaliza de manera soslayada y desapercibida. Y como acá tenemos la tendencia de acostumbrarnos a lo que toque, a lo que está, nadie se espanta si se entera que el encargado de las Fiscalías de Medellín saluda a sus amigos “Qué hubo loca”, como si pertenecieran a la serie El Cartel que pasan por televisión.

¿O acaso alguien hubiera prendido alarmas si el Presidente Uribe le hubiera dicho a la ‘Mechuda’ que le rompería no la cara sino la carechimba? Lo dudo. Acá no importa si lo dice el jefe de Estado, si dice carechimba, si dice ‘Mechuda’ o si trata al otro de marica. El pobrecito qué culpa puede tener si es así como se habla en Colombia.

No encuentro otra razón. Es claro que acá es una práctica echada a menos procurar hablar mejor. Por eso mi rechazo al Don, en tanto se reivindique y vuelva a tener su connotación enaltecedora y positiva. Atenderé de hoy en adelante únicamente al llamado de “Jota”, a secas. A mí que, por favor, no me vayan a llamar con-don.

El único Don que aprobaría sería el donjuán, sólo que éste, para merecerlo, antes que el Juan hay que tener el don. Y evidentemente no tengo ninguno de los dos.

¿Qué le pasa a la negra?


Publicado el viernes, 05 de septiembre de 2008

Que un estudiante se amanguale con sus compañeritos para rebelarse contra un profesor intransigente; que unos universitarios realicen a través del arte una puesta en escena mofándose de la moral o que estudiantes quieran convocar a una marcha para pedir mejores condiciones, todo, a pesar de todo, es completamente aceptable y a veces hasta necesario. Pero que una senadora invite a la subversión, en un campus universitario, es sencillamente inaceptable.

A Piedad Córdoba se le ha admirado por su temple y su desinteresado trabajo por las causas humanitarias, pero sus últimas acciones están rayando en el desvarío. Se chifló al invitar a la fuerza pública a rebelarse y terminó de cocinar la insensatez al promover la subversión en un auditorio de la Universidad Nacional. Eso, doctora Piedad, no es izquierda oportuna y progresista, eso es izquierda anquilosada, peligrosa y belicista.

No sé si es que olvida que, a pesar de sus diferencias con él, también representa al Estado colombiano. Debe actuar, aunque no le guste, en la legalidad y la responsabilidad. No sólo es prioridad la libertad de expresión como derecho (el suyo), sino también el respeto al derecho mismo (el de todos). Lo que está haciendo parece ser más un arrebato producto de su resentimiento.

Muy seguramente, ahora que vuelve a ser blanco de críticas, reaparecerá ante los medios para matizar la invitación que hizo. Dirá que fue malinterpretada, que su propuesta hacía alusión a la subversión de ideas, a la anarquía de pensamiento, a la rebeldía conceptual o que lo hizo como gesto al 'Nadaísmo', a propósito de su aniversario. Nadie se lo va a creer.

No sé qué implicaciones jurídicas pueda tener una congresista que invite a la rebelión pero, cuanto menos, se merece una sanción disciplinaria. Doctora Piedad, no sea tan terca y tan recalcitrante, que mejores ideas ha de tener bajo el turbante. Creer en la subversión como solución, es sólo su-versión.

LO QUE ME GUSTA DE LA POLÍTICA COLOMBIANA


Publicado el Miércoles, 03 de septiembre de 2008

Tantas veces reflexionando sobre alguna ventaja que debía tener la política colombiana y, oyendo un programa radial, finalmente la encontré. Su mayor defecto es su mejor ganancia. Ya sé que lo que más me gusta de la política en Colombia es que sigue siendo tradicionalista y provinciana.

Traigo esto a colación porque me parece inconcebible que, a estas alturas, en Estados Unidos, estén debatiendo con efervescencia si Sarah Palin, la fórmula vicepresidencial de McCain, debe ser o no la candidata, por cuenta de asuntos enteramente personales. Resulta que a la señora, que lo que tiene de linda lo tiene de goda, le acaban de sacar a relucir que su adolescente hija está embarazada. “¡Qué vergüenza, virgen santísima!”, dicen. Hipócritas. Como si el mundo no estuviera lleno de criaturas que de no ser porque ya son mamás, pasarían por niñas.

Por eso me siento orgulloso que, mientras el mundo ‘moderno’ avanza hacia persecuciones políticas bochornosas que se concentran en las intimidades de los candidatos, en Colombia eso no pasa. Somos mucho más respetuosos y discretos. En nuestra pacata tradición jamás hemos visto cosa parecida a los encuentros íntimos que se dieron entre Clinton y la Lewinsky bajo los escritorios de la Casa Blanca o el novelón que despertó en Inglaterra el príncipe Carlos y la princesa Diana.

En Colombia, felizmente, no existe –ni existirá- ese canibalismo periodístico que practican los Paparazzis internacionales, no sé si sea por nuestra inane farándula criolla o porque son más efectivas las ‘chuzadas’. Tan es así que acá Lucho pudo gobernar soltero sin primera dama, y doña Lina Moreno puede hacer compras tranquila sin un flash perseguidor que le encandile la cara.

No imagino lo patético que se vería una campaña en donde le saquen a Uribe en cara que, la hermana de Héctor Abad Faciolince, no lo aceptó como partido porque nuestro hoy Presidente era de joven buen mozo, pero también muy pedante, y que esos rasgos de personalidad no estarían bien vistos en un gobernante. El día que pase, como diría Mafalda, paro este bus, cojo mis chiros, empaco y me voy.

Con que nuestros políticos sepan hacer bien su trabajo –gobernar-, yo me conformo. A mi qué pitos me importa si tienen multas atrasadas, si se colaron en la fila de un banco, si de jóvenes fueron puteros, si tienen hijos extramatrimoniales, si frecuentan la moza o, alguna vez en su vida, se vieron obligados a practicarle la eutanasia a una mascota. Allá ellos con sus complejos internos.

¿Acaso comprobar que Pastrana en sus remotas etapas de periodista fumó mariacachafa nos hubiera servido de algo? A no ser que alguno hubiera vaticinado que gobernaría en las nubes, no hubiera servido absolutamente de nada.

Ahora, no entiendo tampoco la insistencia de los medios del mundo en escudriñar en las familias ajenas. Al personaje le quieren conocer los tíos, las tías, la abuela, la prima, la hermana y el sobrino. De tomar esa tradición en Colombia (donde el poder repite apellidos y no propiamente por la endogamia), y valoráramos al candidato por sus amigos y familiares, no tendríamos funcionarios. Porque nuestra historia nos ha condenado a no estar exentos de tener un pariente en malos pasos.
Le pasó a Valencia Cossio con su hermano quien le hacía favores a ‘Don Mario’, le pasó a la ‘Conchi’ con su hermano medio-político medio-paraco, le pasó al general Naranjo con un hermanito quien resultó que era ‘narco’. A cualquiera le puede pasar. Me pregunto qué culpa tuvo Pablo Escobar de tener un primo como José Obdulio. No dicen pues que al César lo que es del César y a Mario (¿?) lo que no ha de pagar su primo.

Por estos detalles que poco importan en nuestro país, quiero creer, nuestra política al ser provinciana está privilegiada. El político se mide en la plaza y, las cosas privadas, se quedan en casa.

CARTA ABIERTA AL SEÑOR PRESIDENTE


Publicado el Martes, 02 de septiembre de 2008

Honorable, Popularísimo y Excelentísimo señor Presidente, Álvaro Uribe Vélez.

Debo confesar que esta vez estoy muy preocupado, señor Presidente, mucho más de lo acostumbrado. Y no por el país que tanto me desvela, ni por el futuro incierto del Planeta, ni mucho menos por los galones de cianuro que flotan accidentalmente en el río Magdalena. No. Es usted quien me preocupa esta vez, señor Presidente, pues su salud y su tranquilidad se han convertido en mis desvelos, en mis peticiones más recurrentes.

Me atrevo a escribirle esta carta, a riesgo de salir regañado “por sapo” (hoy que están tan de moda en Palacio), pero es que este asunto no puede tener más largas. Vea usted que los últimos titulares concuerdan conmigo: que usted ha venido perdiendo la calma –si es que alguna vez la tuvo- y ha vuelto la actualidad nacional en un escenario de batalla. Por el amor de Dios, serénese, señor Presidente.

Casando peleas a diestra y siniestra (sobre todo la diestra contra la siniestra), está contagiando a sus adeptos uribistas a que ya no aguanten debate, y si antes rezongaban con argumentos, hoy reaccionan -como usted- con descalificaciones personales y ofensas ya no banales sino venales.

No es este el escenario para hacer la lista de cuántos amigos me ha quitado su popularidad, señor Presidente, o cuánto se redujo la discusión política en mi familia por culpa de mis opiniones. Lo que realmente importa en este momento es que el nivel de estrés que está manejando se reduzca a su mínima expresión y volvamos a tenerlo pulido, estoico como siempre. Porque, de verdad, su incontinencia verbal se está tornando preocupante.

Haciendo un balance, apenas por encima, puedo enumerar que se ha agarrado con Gaviria, con Pastrana y con Samper; con senadores como Petro, Piedad Córdoba, Juan Fernando Cristo, Velasco, Robledo, Cecilia López y Samuel; con opinadores de la talla de Alejandro Santos, Ramiro Bejarano y Daniel Coronell; tiene en jaque al Banco de la República y a la Corte Suprema de Justicia con su magistrado Velásquez; ha peleado con los presidentes Ortega, Correa y con Chávez; con Iván Cepeda, con Lucho, con el abuelo Gaviria, con el ‘profe’ Moncayo, con Yolanda Pulecio y con un sinnúmero de ONG’s internacionales; refuta a Human Rights y a la OIT; se ensalza con jovencitas en la Plaza de Bolívar y con muchachitos de varias universidades. ¿Qué es este comportamiento, señor Presidente? No sé para qué tanto tropel, si con darle bien duro a las Farc sería catarsis suficiente.


Ahora, usted que dice hacerle caso a la gente está siendo muy injusto con nosotros, señor Presidente. No es justo que mientras los colombianos nos esforzamos en ser medallistas de bronce en el escalafón de los más felices, Usted, nuestro colombiano más visible, salga a mostrar todo lo contrario. Pa’ Dios que no es justo señor Presidente.


Serénese, como le digo, piense en sus adorables criaturas Tom & Jerry (Tomás y Jerónimo Uribe), que por su mal genio le temen menos a una llamada de Yidis que a una suya, señor Presidente. Como dirían los costeños: “cójala suave maestro”, respire profundo y cuente hasta 20 (me refiero a millones) y tómese unos días para descansar y leer a Coelho, a Osho o a Krishnamurti. Es una literatura inútil pero puede que con usted funcione.

Porque le digo una cosa, señor Presidente, el problema de tanto trabajar, trabajar y trabajar, es que nunca queda tiempo para reposar, meditar y sobre todo para pensar. Apréndale una cosa a la risueña Fanny, alma bendita que en paz reencarne, quien trabajaba las mismas 20 horas que usted pero siempre se le veía contenta.

Yo sé que a muchos les gusta que usted tenga los pantalones bien puestos (como también conozco cuarentonas que sueñan con verlo sin ellos), pero la gracia que despierta su carácter puede convertirse en una rabieta incontenible que sin querer pierda su cauce.

No siempre, señor Presidente, la mejor estrategia es el ataque. A veces, serenarse y sacar la bandera blanca que propone Pachito Santos, es la mejor oportunidad para que salga ese Uribe conciliador que mostró en la Cumbre de Río en República Dominicana. Fue tan cálido ese gesto, tan desgarrador, que mereció al unísono los aplausos de la gente, incluso el mío señor Presidente. No pelee tanto que lo último que quiero es compararlo con Chávez, éste sí un verdadero orate.

Colegas que lo han entrevistado me han dejado ver el material completo (sin editar) y la mitad de la grabación son regaños suyos a su secretario de prensa, pobrecito don César Mauricio. “¡Cesar Mauricio ome!”, “¡Cesar Mauricio ome!”, qué pesadilla debe ser para él ese sonsonete de “¡Cesar Mauricio ome!”.

Piense además en su salud: de aquí a mañana ya no será una laberintitis en el oído, sino una seria gastritis que lo puede atacar inesperadamente en alguno de sus concejos comunales. Piense en la pobre Lina, tan querida, que está que se enloquece. La pobre sueña con volver a tenerlo en sus brazos, sueña con “el gustico” que usted sugirió que aplazaran los jóvenes. Sueña (quizás más que yo) con que usted desista en la idea de ser por tercera vez Presidente.

Y le pido que no tome estas palabras como sarcasmos, pues en estos tiempos carezco completamente del sentido de la ironía. Tómelo más bien como un consejo humilde y sincero, desprovisto completamente de segundas intenciones. Es sólo un llamamiento a la tranquilidad y la calma que el país necesita. Te lo pedimos Señor. Se lo pedimos encarecidamente, excelentísimo señor Presidente.

EL HABITANTE DE LA NOCHE


El pasado 24 de agosto cumplió el maestro Antonio Ibáñez la extraordinaria trayectoria de 55 años en el cuento de la radio. Una fecha que sólo él podría recordar, porque es el único que conozco con semejante memoria. No quería dejar pasar el momento, para dejar unas pequeñas palabras de mi parte. Un minúsculo homenaje, escuálido, comparado con el que realmente se merece.

Entre quienes puedan ver esta nota, no sé cuántos logren realmente ubicar a Antonio en su memoria. Porque, desafortunadamente, quienes le siguen la pista, no frecuentan este medio: son los que se exiliaron en el nostálgico encanto de la radio. Y son, particularmente, verdaderos noctámbulos.

Antonio es el pionero de los programas nocturnos en la radio. Y empezó con esa oportuna ocurrencia al entender que hay que iluminar la duermevela y no sólo entretenerla. Ha sido, sin lugar a dudas, una luz en medio de tanto programa torpe que ha querido incursionar en los espacios de la noche. Más de la mitad de esos 55 años que cumple en este medio, Antonio (o ‘Toño’, como le llaman cariñosamente muchos de sus oyentes), los dedicó justamente a la radio nocturna. Primero en Caracol (cuyo programa iba hasta las 4 de la madrugada) y luego en Todelar, donde completa ya 16 años como conductor, director, realizador, buscador de invitados, gestionador de pauta, secretario y lo que a bien le toque, del programa Habitantes de la Noche.

Los que hemos tenido el gusto de conocerlo, sabemos que Antonio es lo más parecido a un extraterrestre. La energía que transmite es un mineral de otra galaxia –como la cryptonita, pero más fina, que en vez de doblegarlo lo llena de vida-, y su cerebro, que raya entre lo mítico y lo misterioso, tampoco pertenece a este planeta.

Siempre me he preguntado cómo fue posible que, a pesar de haber bebido durante 40 años de su vida, logró mantener intacta la totalidad de sus neuronas. Como su asistente en cabina por algunos meses, recuerdo que me invitó a participar de una sección a la que llamaba Histodelar, que consistía en una suerte de efemérides en donde yo le lanzaba pistas para que él encontrara el personaje que, un día como ese, había nacido o fallecido. Podía seleccionar personajes muy antiguos, los más escabullidos en la Historia, y el resultado era el mismo: Antonio siempre ganaba.

Lo mismo ocurría con sus extraordinarios invitados, quienes hablando de un tema -la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo-, eran interrumpidos por ‘Toño’ quien introducía un comentario inédito, enriquecedor: la historia de un piloto francés de nombre tal, en el año tal y en la ciudad tal, que pudo no ser relevante en la guerra, pero tenía anécdotas que resultaban mucho más interesantes que las de Roosevelt o las de Satalin. Una memoria fuera de serie.

En su cabina se sentaron los más importantes personajes del país, desde intelectuales, científicos, escritores y hasta Presidentes; pero también seres ilustres de la sociedad del anonimato: músicos novedosos, altruistas de barrio, estudiantes creativos y poetas, muchos poetas aunque no todos escribieran versos. De sus invitados, no sé si todos, pero sí la gran mayoría, embelesados con la altura intelectual de su interlocutor, trasnochaban dichosos hasta que terminara el programa.

Hasta yo, que no tenía paga y por mis propios medios debía devolverme a mi casa en la madrugada, sentía más provechoso noctambular con sus historias, al tiempo que aprendía cómo se hace verdadera radio. “No hay que manosear los entrevistados, Jota Alfonso, hay que dejarlos que se liberen, que se expresen, suficiente tienen con la intimidación del micrófono”, me aconsejaba.

Hay tantas historias que contar de él, muchas de ellas compartidas en la cabina cuando no estábamos “al aire”, pero por prudencia y respeto no me atrevo a ventilarlas. Solo puedo hacer un acercamiento tímido a su figura rebelde, llena de anécdotas en la España franquista donde pasó largo tiempo como corresponsal, soportando los dos mundos de la época: el oficialista-estatal y ese otro nocturno bajo la sombra del surrealismo y los librepensadores.

Sólo conociendo una manera de vivir como la suya, puede uno entender que su novia hoy tenga menos de 30 años cuando él supera los setenta. Porque así, flaco, engalamido y arrugado, entre los conquistadores sobresale como capo de capos. Ha reducido su apariencia a ser lo menos importante, cuando se tienen palabras románticas e inteligentes. Gracias a que, como contó a El Espectador refiriéndose a su epitafio, “Yacerá como un simple estudiante de la vida que nunca se graduó”, ni tampoco le interesó. Su universidad la ha hecho en su propia biblioteca.

La última vez que fui a la pieza en donde vive era una biblioteca con espacio para la cama y eso que allí no están todos los libros que ha leído. Puede encerrarse horas y horas devorando –literalmente- montones de libros a los que dice él: los viola. Tampoco se equivoca. Los penetra con su cerebro lúcido y les deja un rastro con resaltador de varios colores que es la prueba fálica de que los estuvo acariciando con meticuloso cuidado. De lejos es el estudiante más viejo que conozco. También el más feo.

PAÍS CHUZADO




Tengo un amigo periodista que, obsesionado con la idea de que lo tienen 'chuzado' (intervenido telefónicamente), cuando le habla por celular a su esposa tiene la extraña cortesía de saludar a los posibles oyentes.

-"Un beso para ti mi amor y un abrazo para los agentes"-, dice al despedirse. Su mujer ya está acostumbrada.

A mi también, de un tiempo para acá, me viene asechando el pánico de levantar la bocina del teléfono, contestar el celular o hablar por el citófono con el vigilante del edificio. En este país de 'chuzadas' el que esté libre de culpas es el único que puede usar el teléfono. Y puede que yo no toque temas importantes -o comprometedores- por alguno de estos aparatos, pero me estoy volviendo paranoico.

Bajo esta realidad de la que nadie se salva pasa lo de la canción, que Songo grabó a Borondongo, Borondongo grabó a Bernabé, Bernabé interceptó a Muchilanga y es Muchilanga quien 'chuza' a los tres.

Acá chuzan a periodistas, a curas y a 'paras'. Chuzan soldados, policías, celadores, agentes y generales. Chuzan la cúpula de las Farc, a fiscales, a sindicalistas, notarios y voceros internacionales. Chuzan al ex senador Ciro Ramírez haciendo negocios con sus inadecuadas amistades. Chuzan al ex gobernador del Valle, al del Cesar y al de Cundinamarca, que era un excéntrico cazador de animales. Chuzan a 'Don Diego' y su banda, y chuzan al hermano de sangre del ministro Valencia aceptándole moto a esa banda. Chuzan a todos. Pierden su tiempo, incluso, chuzando a negociadores de paz que, como se sabe, jamás dicen nada, ni sirven de nada.

Chuza don Berna comprometiendo a la Corte, chuza Nancy Patricia a sus investigadores, chuzan al Das, chuzan los narcos a sus bandidos soplones. Chuzan a las familias de los secuestrados, chuzan también al profe Moncayo y a todos los chuza el ministro Juan Manuel Santos.

Chuzan al propio Presidente amenazando con darle trompadas a un señor al que le dicen 'Mechuda', y seguro es por eso que Uribe le dice "marica". Mejor dicho, quieren chuzar hasta las babosadas de Poncho Rentería, so pretexto alguna resulte peligrosa.

Pero, como dice Ossuna, que se grabe no es lo grave. Lo grave en cada una de las interceptaciones clandestinas es que nos enteramos que convivimos en una sociedad de tramposos e impostores.

De hecho, previendo lo anterior y a riesgo de ser considerado un vil oportunista, buscaré ser miembro activo del CTI, con acceso a interceptaciones de correos y de celulares. Al mismo tiempo, y con semejante bagaje, buscaré impartir clases de Pragmatismo Político en colegios y universidades para preparar a mis estudiantes. Porque definitivamente, esto del periodismo, lo dejaré para más adelante.

LIBEREN A TODOS LOS POLÍTICOS !!!


Publicado el Jueves, 21 de agosto de 2008

Contrario a lo que piensan muchos: yo me alegro de que hayan liberado a Mario Uribe y a William Montes. Que estuvieran adentro era peor. Empezaban a corromper a los otros presos. Y si bien es cierto que las cárceles son universidades del crimen, tampoco hay porqué llevarles docentes semejantes.

La decisión de liberarlos creo fue la mejor por varios factores. Estaban, entre otras cosas, despertando la envidia de sus vecinos que veían con recelo las mucho mejores celdas que tienen los políticos en La Picota. Salta a la vista el pabellón de estos próceres (familiarmente llamado entre los internos ‘El Congresito’), con sus muros pintados de blanco y con más visitas a diario que las reglamentarias para cualquier otro recluso. Luego, en primera instancia, liberar a los políticos, sacarlos, disminuye el altísimo nivel de envidia que de por sí ya impera en los pasillos.

Pero, además, tengo un motivo digamos que personal para tener tanto optimismo. John Jairo, que ustedes no conocen y yo apenas conozco por oídas de una tía mía, es un muchacho medio bien, medio noble, aunque descarrilado. Tiene veinticinco años y es el hijo mayor de la empleada de mi tía. Pues John Jairo, que es apenas un neófito bandido, tiene su celda en ‘La Picota’ a unos cuantos metros del famoso ‘Congresito’. No imagino lo que terminaría siendo –o haciendo- de continuar con tan inoportunas compañías. Él no es un profesional en el delito, por eso entre mejor esté rodeado, más esperanza existe que John Jairo retome el buen camino.

Dice una tesis por ahí, del marqués de Beccaria si no me equivoco, que el reo debe estar en custodia el menor tiempo y sólo el suficiente para que alcance a regenerarse, más no para que termine de dañarse. Pero en este caso es distinto, es más sano no meter entre las manzanas medio dañadas a una fruta podrida. Seamos sinceros ¿quién le quita los vicios a un político?

Por eso invito a los más de 30 congresistas que están detenidos por el proceso de la parapolítica, para que renuncien pronto a sus fueros -como ya lo han venido haciendo algunos- y sean investigados por ese coladero en que ha empezado a convertirse la Fiscalía. Si permanecen en manos de la Corte Suprema es posible que se cometa una inhumana injusticia, condenando a nuestros ‘inocentes’ presos a perder la única esperanza de regenerarse.

Ahora, si se me permite, la mejor opción es que pidan casa por cárcel. Ni prisión, ni de vuelta al Congreso, porque está comprobado que los más susceptibles al delito son los presos y los políticos. Busquen -si lo quieren con un pacto- refundar una isla en el Caribe para que moren con comodidades; lo importante es que vayan al lugar donde hagan menos daño.

Son ideas apenas. En fin, lo que en verdad celebro es que los parapolíticos (elenopolíticos y farcopolíticos) no paguen su ‘cuota de cana’. Porque como decía el lúcido Alberto Dangond Uribe: “En las cárceles nuestras los buenos se vuelven malos y los malos peores”. Como también es cierto que hay unos tan peores, que sería mejor nunca pisaran las cárceles.

Que a la Mierda se le llame Mierda

Qué pereza con los eufemistas de la caca. No se dan cuenta que se escuchan mitad cínicos, mitad ridículos. Uno entiende que lo hacen porque tienen cargos importantes y públicos, pero en verdad, muy en el fondo, se mueren de ganas por decir "Mierda". Que se dejen de volteretas al lenguaje; si aprendimos a liberar la palabra "tetas" de la caverna del tabú gracias a una serie de televisión, podemos hacer campaña también para que todos digamos mierda, mierda y mierda, cuando haya que llamar mierda a la mierda.

Lo propongo en solidaridad con dos grandilocuentes pedagogos. El primero que nos enseña la ideología de la verdad. Y el segundo, que es el guía de una sociedad pluralista y sobretodo respetuosa.

José Obdulio Gaviria, asesor presidencial, ya puede usted llamar con libertad a los medios de comunicación que le incomodan -a usted o al Presidente- simplemente: ¡Es que esa prensa de mierda!. Y listo, el veneno ha sido liberado sin tener que usar esos rebuscados calificativos como son "cloacas, sumideros de estiércol, receptáculos de estiércol".

Y el segundo, Jorge Melguiso, secretario de Cultura de Medellín, quien recientemente en la Feria de las Flores hizo referencia al entrañable humorista Montecristo arguyendo lo nocivo que resultó su "humor escatológico". ¿Su qué? ¿humor escato... qué ?. Escatológico.

Entiéndase por ello que Melguiso quería decir que era un humor de mierda o, en su defecto, que el humorista era una mierda. Lo que dijo fue un comentario escatológico, para que se entienda mejor.

De haberlo dicho así, sin eufemismos, no hubiera tenido que salir a las emisoras a explicar que los verdaderos humoristas no tienen que recurrir a ofensas, ni a burlarse de las condiciones y discapacidades de los otros. Es decir, no más chistes de pastusos , de mochos, de boquinches, de políticos, de sacerdotes, de costeños, de rolos, de paisas, ni de nada. Chistes blancos que no se metan con nadie, pretende el Secretario.

¡Qué aguafiestas! Como si él no se hubiera reído de algún chiste que le echaron sobre paisas. Seguro no ha entendido que en Colombia nos gusta reírnos de nuestros propios defectos. Como aquél cuento del tipo que llegó donde el doctor con una espada atravesada en el pecho. "¿No le duele?", le pregunta el doctor. "Sí doctor, un poquito, sobre todo cuando me río".

Así somos, qué le podemos hacer.