25 mar 2009

SIN EXCESOS DE PERSONALIDAD


Tengo miedo de asistir a la reunión de mañana en la Plaza de Bolívar a favor de aportar “una dosis de personalidad”. Temo que en vez de aportar dosis, se presenten seres que ellos mismos las representen. Y debido al exceso de personalidad que hay -en Colombia y en el mundo- es razonable espantarme, no vaya a ser que uno se encuentre con personajes indeseables que superan cualquier calidad personal, comparados con nosotros los demás mortales.

No quisiera sentir mañana, en medio del gentío, el sagrado piquete de un cristo clavado en mi espalda (y eso que en la espalda pasa, más abajo sería inaudito) y que al darme vuelta me encuentre de frente con Alejandro Ordóñez, el inflexible Procurador General de la Nación (para más señas: el de la foto). ¡Qué pavor toparse con este señor alzando sus sacrosantos elementos! Porque si la manifestación es a favor de la libre personalidad ¿quién me asegura que Ordóñez no estará allá en primera fila? Mucha personalidad debe tener él para ser tan descarado y minimizar (u omitir, lo cual es peor) las pruebas que existen sobre el cohecho reeleccionista. Mucha personalidad, digo, porque luego de haber labrado una carrera prominente en el Derecho, se deben tener muchos pantalones para aceptar la condición actual de funcionario de bolsillo.

Si en el supuesto llega a estar Ordóñez, no veo porqué no esté la única Trinidad que le agradece sus esfuerzos: Sabas Pretelt, Diego Palacio y Dios Padre: presidente Uribe. Gozan de la misma personalidad desmedida que les permite mantenerse en sus cargos a pesar de estar en medio de tan graves y tan serias acusaciones. Si de ese calado serán los asistentes no descarto entonces la presencia de Rojas Birry, el Personero de raíces indígenas que también salpicado por haber recibido pagos de David Murcia, aún no tiene la humildad de abandonar el puesto público. No sé ustedes, pero yo, estoy lejos de tener personalidad suficiente.

Personalidades muy altas como la del jovencito que le confiesa a la revista Semana, resignado por sus culpas pero sin sonrojarse, que “hizo entregas” de al menos 30 jóvenes para que fueran asesinados por el Ejército y posteriormente mostrados como “positivos”.

O personalidad suprema como dicen que tiene el excelentísimo Benedicto XVI, cuya cualidad original le permitió decir en África que la propagación del SIDA deviene del uso del preservativo, es decir, de lo único que medio nos protege de la transmisión del virus. ¡Mucha personalidad, carajo! Para el Papa el problema es el cuerpo, que a veces se manda solo. Y no digo que no, el Santo Padre a lo mejor tiene razón. Algún día seremos mejores que nuestros pipíes, para su satisfacción espiritual y la de su rebaño. Por lo pronto, hasta no haber prevención distinta a la castidad, seguiré usando condón. Así me salgan caros y me dé vergüenza comprarlos en el supermercado.

Respecto a la cita en la Plaza de Bolívar, si el acto público no se desvirtuara, la de mañana sería una imagen de porros, banderas de arcoíris, controles de X-box, cámaras fotográficas, menús de Coca-Cola y cigarrillo, revistas de Comics, arequipes, revistas pornográficas, pinceles y vibradores de bolsillo.

Por supuesto aportaría mis dosis de personalidad mucho más modestas: mis ‘peches’ con filtro, una botella de Antioqueño, un termo con café, un frasco con ají casero, un maniquí que represente a las mujeres (tómenlo en el buen sentido), libros, una agenda donde anoto este tipo de pendejadas y un radio con el que escucho las noticias. Son todos mis vicios, hasta hoy considerados legales. Sería interesante que así sucediera, pero lo dudo. Todas las movilizaciones con un verdadero sentido cívico terminan usurpadas por los inoportunos.

Se aparecerá esa otra gente a la que temo porque están privilegiados con su “mucha personalidad”, porque es justamente en la cantidad donde está el conflicto. Luego de conversar con un psicólogo que a veces oficia como mi amigo, encuentro que el problema es el adverbio, no la personalidad. “No es lo mismo tener personalidad, a tener ‘muuucha’ personalidad –me explicó con su particular obviedad javeriana-. Tener mucha no es bonito, si te lo dicen puedes tomarlo casi casi como un insulto.”

Muy elocuente mi amigo, pero el caso es que más o menos le entendí: una cosa es tener la capacidad de soportarse uno mismo (a pesar de su propia ineptitud), y otra muy distinta tener una cualidad medianamente lograda para desarrollar la vida como se nos viene en gana. A esta última el sobre protector gobierno pretende penalizarla considerándola una “enfermedad”. Mientras que a la otra, a la mucha, insiste en llamarla “dignidad”.

Por el bien de todos que se llene esa Plaza. Pero que se reserven el estricto derecho de admisión para que no se filtren anacrónicos sátrapas, ni mucho menos águilas negras de limpieza social, como suele ocurrir. Se necesitan muchas dosis (sin llegar a sobredosis) que hagan una impertinente, necesaria y testaruda mancha. Porque soporto con gusto el pinchazo de Ordóñez -incluso más abajo-, pero jamás toleraría levantarme un día judicializado porque disfruté mi libertad, la respiré, me la bebí o me la fumé. Sería fatal.

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