24 mar 2010

Voto por teatro


Pasada la frustración de los comicios parlamentarios, la esperanza de elegir un Congreso decente resignada, la ridiculez, los escándalos electoreros, la vergüenza, la chequera ganadora sobre las conciencias, el hastío, la demagogia y el desorden y definido el rumbo (o como quieran llamar ese garabato) de para dónde va el país en los próximos cuatro años -u ocho-, mejor tomarse un tiempo para no pensar en el bienestar general. Que se jodan todos, se condenen, se inclinen garosos, gasten lo que recibieron por el voto, se pudran en sus mieles, al menos de momento, mientras uno puede al fin concentrarse exclusivamente en el placentero goce del embudo personal, pues pensar en lo demás –en los demás-, pues ya pa’ qué.

Y en esas ando, volviendo al yoga, imponiéndome mi propia ley seca, comprando cigarrillos al detal para reducir el consumo, digiriendo más novelas que prensa, y recorriendo la ciudad de Bogotá con sus múltiples planes de entretenimiento cultural que, gracias a la inmensidad de Fanny Mickey, cada dos años por estos días se convierte en una cita infaltable. El Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá.

Así uno sólo alcance a ir a dos eventos como mucho, es suficiente para refrescar el espíritu y contagiarse de esa magia que sólo el buen teatro logra transmitirle al intelecto. Una zambullida catártica, una liberación salvaje y sin medida, un par de horas bien sentadas, mejor dicho… un solle parceeero.

Por dos semanas tenemos el privilegio de asistir a obras vanguardistas, clásicos intocables, actos circenses llenos de acrobacia estética y emocional, cuenteros callejeros, improvisadores, comediantes, mimos tolerables y conciertos de la talla de Buika y Franz Ferdinand. No soy crítico de teatro (a duras penas fui reseñista) como para hacer recomendaciones sobre piezas imperdibles, y la obra que hasta el momento más me ha impactado (Guerra, de Pippo Delbono) -¡magistral!- ya no vuelve a presentarse. Pero digo lo que pienso: vayan a ver obras internacionales, de esas que no se ven por estos lares sino gracias al Festival. Ninguno de los grupos que vienen son de poca monta. Eso es seguro.

Durante todo el año la cartelera de teatro nacional está llena de nuestro pléyade de humoristas criollos salidos de Sábados Felices casi todos: si no son los Trovadores de Cuyes, son Alerta y Don Jediondo, o Alerta y Lady Noriega, o Alerta solo, o Jeringa y Don Jediondo, o Amparo Grisales, o Peter Albeiro y Andrés López, o Carlos Donoso, o Grisales haciendo el oso, o el Guachimán junto a Chester y Hassán.

Si a esas cosas anteriores les metemos 30 mil pesos, muy despistado el que no aproveche a metérselos a obras que en Europa no bajan de 30 euros y difícilmente se conseguirán en DVD pirata a la salida del teatro.

Son quince días –apenas- de las mejores tablas. Entonces volveremos a hablar de la política y los insípidos debates, al calor de unas copas bohemias y un cenicero taqueado de cigarrillos y de inciensos tibetanos.

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