18 nov 2008

CARTA ABIERTA AL SEÑOR PRESIDENTE


Publicado el Martes, 02 de septiembre de 2008

Honorable, Popularísimo y Excelentísimo señor Presidente, Álvaro Uribe Vélez.

Debo confesar que esta vez estoy muy preocupado, señor Presidente, mucho más de lo acostumbrado. Y no por el país que tanto me desvela, ni por el futuro incierto del Planeta, ni mucho menos por los galones de cianuro que flotan accidentalmente en el río Magdalena. No. Es usted quien me preocupa esta vez, señor Presidente, pues su salud y su tranquilidad se han convertido en mis desvelos, en mis peticiones más recurrentes.

Me atrevo a escribirle esta carta, a riesgo de salir regañado “por sapo” (hoy que están tan de moda en Palacio), pero es que este asunto no puede tener más largas. Vea usted que los últimos titulares concuerdan conmigo: que usted ha venido perdiendo la calma –si es que alguna vez la tuvo- y ha vuelto la actualidad nacional en un escenario de batalla. Por el amor de Dios, serénese, señor Presidente.

Casando peleas a diestra y siniestra (sobre todo la diestra contra la siniestra), está contagiando a sus adeptos uribistas a que ya no aguanten debate, y si antes rezongaban con argumentos, hoy reaccionan -como usted- con descalificaciones personales y ofensas ya no banales sino venales.

No es este el escenario para hacer la lista de cuántos amigos me ha quitado su popularidad, señor Presidente, o cuánto se redujo la discusión política en mi familia por culpa de mis opiniones. Lo que realmente importa en este momento es que el nivel de estrés que está manejando se reduzca a su mínima expresión y volvamos a tenerlo pulido, estoico como siempre. Porque, de verdad, su incontinencia verbal se está tornando preocupante.

Haciendo un balance, apenas por encima, puedo enumerar que se ha agarrado con Gaviria, con Pastrana y con Samper; con senadores como Petro, Piedad Córdoba, Juan Fernando Cristo, Velasco, Robledo, Cecilia López y Samuel; con opinadores de la talla de Alejandro Santos, Ramiro Bejarano y Daniel Coronell; tiene en jaque al Banco de la República y a la Corte Suprema de Justicia con su magistrado Velásquez; ha peleado con los presidentes Ortega, Correa y con Chávez; con Iván Cepeda, con Lucho, con el abuelo Gaviria, con el ‘profe’ Moncayo, con Yolanda Pulecio y con un sinnúmero de ONG’s internacionales; refuta a Human Rights y a la OIT; se ensalza con jovencitas en la Plaza de Bolívar y con muchachitos de varias universidades. ¿Qué es este comportamiento, señor Presidente? No sé para qué tanto tropel, si con darle bien duro a las Farc sería catarsis suficiente.


Ahora, usted que dice hacerle caso a la gente está siendo muy injusto con nosotros, señor Presidente. No es justo que mientras los colombianos nos esforzamos en ser medallistas de bronce en el escalafón de los más felices, Usted, nuestro colombiano más visible, salga a mostrar todo lo contrario. Pa’ Dios que no es justo señor Presidente.


Serénese, como le digo, piense en sus adorables criaturas Tom & Jerry (Tomás y Jerónimo Uribe), que por su mal genio le temen menos a una llamada de Yidis que a una suya, señor Presidente. Como dirían los costeños: “cójala suave maestro”, respire profundo y cuente hasta 20 (me refiero a millones) y tómese unos días para descansar y leer a Coelho, a Osho o a Krishnamurti. Es una literatura inútil pero puede que con usted funcione.

Porque le digo una cosa, señor Presidente, el problema de tanto trabajar, trabajar y trabajar, es que nunca queda tiempo para reposar, meditar y sobre todo para pensar. Apréndale una cosa a la risueña Fanny, alma bendita que en paz reencarne, quien trabajaba las mismas 20 horas que usted pero siempre se le veía contenta.

Yo sé que a muchos les gusta que usted tenga los pantalones bien puestos (como también conozco cuarentonas que sueñan con verlo sin ellos), pero la gracia que despierta su carácter puede convertirse en una rabieta incontenible que sin querer pierda su cauce.

No siempre, señor Presidente, la mejor estrategia es el ataque. A veces, serenarse y sacar la bandera blanca que propone Pachito Santos, es la mejor oportunidad para que salga ese Uribe conciliador que mostró en la Cumbre de Río en República Dominicana. Fue tan cálido ese gesto, tan desgarrador, que mereció al unísono los aplausos de la gente, incluso el mío señor Presidente. No pelee tanto que lo último que quiero es compararlo con Chávez, éste sí un verdadero orate.

Colegas que lo han entrevistado me han dejado ver el material completo (sin editar) y la mitad de la grabación son regaños suyos a su secretario de prensa, pobrecito don César Mauricio. “¡Cesar Mauricio ome!”, “¡Cesar Mauricio ome!”, qué pesadilla debe ser para él ese sonsonete de “¡Cesar Mauricio ome!”.

Piense además en su salud: de aquí a mañana ya no será una laberintitis en el oído, sino una seria gastritis que lo puede atacar inesperadamente en alguno de sus concejos comunales. Piense en la pobre Lina, tan querida, que está que se enloquece. La pobre sueña con volver a tenerlo en sus brazos, sueña con “el gustico” que usted sugirió que aplazaran los jóvenes. Sueña (quizás más que yo) con que usted desista en la idea de ser por tercera vez Presidente.

Y le pido que no tome estas palabras como sarcasmos, pues en estos tiempos carezco completamente del sentido de la ironía. Tómelo más bien como un consejo humilde y sincero, desprovisto completamente de segundas intenciones. Es sólo un llamamiento a la tranquilidad y la calma que el país necesita. Te lo pedimos Señor. Se lo pedimos encarecidamente, excelentísimo señor Presidente.

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