18 nov 2008

LO QUE ME GUSTA DE LA POLÍTICA COLOMBIANA


Publicado el Miércoles, 03 de septiembre de 2008

Tantas veces reflexionando sobre alguna ventaja que debía tener la política colombiana y, oyendo un programa radial, finalmente la encontré. Su mayor defecto es su mejor ganancia. Ya sé que lo que más me gusta de la política en Colombia es que sigue siendo tradicionalista y provinciana.

Traigo esto a colación porque me parece inconcebible que, a estas alturas, en Estados Unidos, estén debatiendo con efervescencia si Sarah Palin, la fórmula vicepresidencial de McCain, debe ser o no la candidata, por cuenta de asuntos enteramente personales. Resulta que a la señora, que lo que tiene de linda lo tiene de goda, le acaban de sacar a relucir que su adolescente hija está embarazada. “¡Qué vergüenza, virgen santísima!”, dicen. Hipócritas. Como si el mundo no estuviera lleno de criaturas que de no ser porque ya son mamás, pasarían por niñas.

Por eso me siento orgulloso que, mientras el mundo ‘moderno’ avanza hacia persecuciones políticas bochornosas que se concentran en las intimidades de los candidatos, en Colombia eso no pasa. Somos mucho más respetuosos y discretos. En nuestra pacata tradición jamás hemos visto cosa parecida a los encuentros íntimos que se dieron entre Clinton y la Lewinsky bajo los escritorios de la Casa Blanca o el novelón que despertó en Inglaterra el príncipe Carlos y la princesa Diana.

En Colombia, felizmente, no existe –ni existirá- ese canibalismo periodístico que practican los Paparazzis internacionales, no sé si sea por nuestra inane farándula criolla o porque son más efectivas las ‘chuzadas’. Tan es así que acá Lucho pudo gobernar soltero sin primera dama, y doña Lina Moreno puede hacer compras tranquila sin un flash perseguidor que le encandile la cara.

No imagino lo patético que se vería una campaña en donde le saquen a Uribe en cara que, la hermana de Héctor Abad Faciolince, no lo aceptó como partido porque nuestro hoy Presidente era de joven buen mozo, pero también muy pedante, y que esos rasgos de personalidad no estarían bien vistos en un gobernante. El día que pase, como diría Mafalda, paro este bus, cojo mis chiros, empaco y me voy.

Con que nuestros políticos sepan hacer bien su trabajo –gobernar-, yo me conformo. A mi qué pitos me importa si tienen multas atrasadas, si se colaron en la fila de un banco, si de jóvenes fueron puteros, si tienen hijos extramatrimoniales, si frecuentan la moza o, alguna vez en su vida, se vieron obligados a practicarle la eutanasia a una mascota. Allá ellos con sus complejos internos.

¿Acaso comprobar que Pastrana en sus remotas etapas de periodista fumó mariacachafa nos hubiera servido de algo? A no ser que alguno hubiera vaticinado que gobernaría en las nubes, no hubiera servido absolutamente de nada.

Ahora, no entiendo tampoco la insistencia de los medios del mundo en escudriñar en las familias ajenas. Al personaje le quieren conocer los tíos, las tías, la abuela, la prima, la hermana y el sobrino. De tomar esa tradición en Colombia (donde el poder repite apellidos y no propiamente por la endogamia), y valoráramos al candidato por sus amigos y familiares, no tendríamos funcionarios. Porque nuestra historia nos ha condenado a no estar exentos de tener un pariente en malos pasos.
Le pasó a Valencia Cossio con su hermano quien le hacía favores a ‘Don Mario’, le pasó a la ‘Conchi’ con su hermano medio-político medio-paraco, le pasó al general Naranjo con un hermanito quien resultó que era ‘narco’. A cualquiera le puede pasar. Me pregunto qué culpa tuvo Pablo Escobar de tener un primo como José Obdulio. No dicen pues que al César lo que es del César y a Mario (¿?) lo que no ha de pagar su primo.

Por estos detalles que poco importan en nuestro país, quiero creer, nuestra política al ser provinciana está privilegiada. El político se mide en la plaza y, las cosas privadas, se quedan en casa.

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