18 nov 2008

A MÍ QUE NO ME LLAMEN CON-DON


Publicado el Miércoles, 10 de septiembre de 2008

Yo no sé si a todos los países con altos índices de delincuencia les pasa lo mismo que a Colombia, donde el indefenso lenguaje es atropellado por la realidad y resultamos, sin quererlo, usando el dialecto criminal. Muchas palabras, ya no por desuso como sí por su mal uso, están siendo susceptibles de salir de nuestro diccionario colombiano. Entre ellas el Don.

La anteposición Don, según el diccionario, tiene un carácter deferencial y quien lo usa antes del nombre es porque está haciendo algún tipo de reverencia al varón. Versiones afirman, incluso, que Don es una abreviatura: De Origen Noble. Pero como era de suponerse (rebeldes que somos) en nuestra patria fabulosa sucede diametralmente todo lo contrario: quienes orondos llevan el Don son justamente los más infames.

Como botones hay muchos, pero para la muestra Don Berna, Don Pablo, Don Mario y Don Diego, todos temibles narcotraficantes. Tan común es la anteposición en el gremio de los bandidos que el mismo Gobierno se confundió el año pasado, invirtiendo el destino de las cárceles a donde debían ir los reos Diego Fernando Murillo (Don Berna) y Diego León Montoya (Don Diego). Por supuesto se enredaron con el nombre de pila (ambos Diego), pero también -y sobre todo- con el Don.

Por más que intente ubicar alguno en la memoria, no conozco un Don (famoso) que no me cause indignación, a excepción de Don Bosco. Cito por encima a Don King, el empresario del boxeo, que si no es delincuente declarado por lo menos con su oportunista usura lo parece mucho; o Don Ramón, el de la vecindad del Chavo, que era un moroso sinvergüenza que jamás quería pagar la renta; o sin ir más lejos, Don Omar, que parece más un narco californiano que un reguetonero, aunque en realidad todos los reguetoneros parecen narcos californianos. Pero volvamos a Colombia…

Esta palabra tradicional, humilde y respetuosamente usada en los pueblos, se nos volvió delincuencial. Con la salvedad de que la usemos exclusivamente para círculos pequeños y familiares (al señor de la tienda, por ejemplo), si le decimos Don a un terrateniente muy famoso es como si lo tildáramos de criminal. Por lo menos a mí el “Don Álvaro” me generaría oscuras suspicacias, por muy transparente, ubérrimo y noble que sea el patrón.

Ahora, no es que el Don lo hayamos criminalizado a mansalva o por capricho. No. Lo que pasa es que se criminalizó por contacto con la realidad. Nuestro lenguaje se criminaliza de manera soslayada y desapercibida. Y como acá tenemos la tendencia de acostumbrarnos a lo que toque, a lo que está, nadie se espanta si se entera que el encargado de las Fiscalías de Medellín saluda a sus amigos “Qué hubo loca”, como si pertenecieran a la serie El Cartel que pasan por televisión.

¿O acaso alguien hubiera prendido alarmas si el Presidente Uribe le hubiera dicho a la ‘Mechuda’ que le rompería no la cara sino la carechimba? Lo dudo. Acá no importa si lo dice el jefe de Estado, si dice carechimba, si dice ‘Mechuda’ o si trata al otro de marica. El pobrecito qué culpa puede tener si es así como se habla en Colombia.

No encuentro otra razón. Es claro que acá es una práctica echada a menos procurar hablar mejor. Por eso mi rechazo al Don, en tanto se reivindique y vuelva a tener su connotación enaltecedora y positiva. Atenderé de hoy en adelante únicamente al llamado de “Jota”, a secas. A mí que, por favor, no me vayan a llamar con-don.

El único Don que aprobaría sería el donjuán, sólo que éste, para merecerlo, antes que el Juan hay que tener el don. Y evidentemente no tengo ninguno de los dos.

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