18 nov 2008

Mancuso, al banquillo del Talión


Entrevista original realizada con Fabio Medina. Esta versión publicada el jueves, 18 de septiembre de 2008

Puede parecer reconfortante que un victimario reciba su castigo, pero para las víctimas, más que el sufrimiento del otro, sigue siendo más importante la reparación de todo cuanto han perdido. Memorias de una entrevista que me sigue despertando preguntas.



…Había tenido que redactar, agobiado por la irritación, varias noticias reiterativas de ciertos grupos de seguidores de jefes paramilitares que se apostaban en las puertas de las Unidades de Justicia y Paz de Medellín, y algunas otras ciudades, para intimidar con abucheos a una multitud de víctimas del paramilitarismo. Dolientes que manifestaban a las afueras del recinto su impostergable indignación al escuchar el recuento de los crímenes que allí rendían quienes fueron los verdugos de sus familiares.

Justamente semanas después se me daba la exclusiva oportunidad de estar, junto con un colega periodista, cara a cara ante uno de estos ex cabecillas de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Quizás no uno tan senil como argumenta estar ‘Ramón Isaza’, vetusto líder de este grupo a quien le aparecen lagunas mentales cada vez que debe recordar cuántos muertos dejó enterrados sin sepultura en la Costa Atlántica. Pero sí uno más astuto, y quizás, el más preparado de estos personajes que han encabezado la cúpula de los paramilitares.

A las diez de la mañana en punto, como era lo acordado, estábamos frente a las imponentes rejas de la cárcel de máxima seguridad de Itagüí, a veinte minutos de la ciudad de Medellín. La construyeron como una alambrada fortaleza albiazul, embutida a fuerza en un barrio popular del municipio, para recluir, entre otros, a algunos de los más importantes jefes ‘paras’ que habían decidido someterse a la controvertida ley de Justicia y Paz que promovió el gobierno del Presidente Álvaro Uribe.

Después de los controles protocolarios, requisas de rigor, firmas, sellos y acreditaciones, estábamos finalmente junto al pabellón de ‘Justicia y Paz’. En el apuro, una de las funcionarias del Inpec, al escuchar quién era nuestro entrevistado trató de reducirnos la impaciencia: “No se apuren que el interno se les demora. Porque es de un vanidoso… que ni se imaginan”.

En efecto, resultó que este señor, cuando de salir en cámara se trata, se baña con delicadeza, se acicala minuciosamente, afeita al milímetro su barba, se limpia las uñas y se engomina el vestigio de cabello que le queda.

“Pasen por aquí –dijo otro guardia, indicándonos el despacho principal donde realizaríamos la entrevista, para que pudiera ser escuchada por la directora de la cárcel, como es rigor en este tipo de citas entre internos de ‘alto perfil’ con medios de comunicación-. Y tengan paciencia”, volvió a sugerir.

Sí que la tuvimos. Después de cerca de dos horas de espera, finalmente, apareció en la oficina su impecable presencia de casi dos metros de altura, luciendo un costoso traje italiano y aguardando a que el guardia le quitara las esposas de las muñecas para saludar con un apretón de manos.

Debo confesar -en honor a la verdad- que me lo imaginaba muy distinto. Sabía sí de su tamaño y de su labrada educación, pero me lo figuraba como se figura uno, casi siempre, a un protagonista de la guerra, como a los Castaños o a los Tirofijos -que ojalá reencarnen nunca-, como a los tiranos: rancios, agrios y prepotentes. Este era todo lo contrario, incluso, con un aire de amaneramiento.

“Mucho guuujto, Salvatore Mancuuuso…”

Su presentación derrochó esa tendencia musical que tienen los costeños de alargar las vocales.

Minutos antes, le había cancelado otra entrevista a un periódico mejicano, programada para el mismo día. Nos privilegiaba al aceptarnos. En otras circunstancias, seguramente, hubiera sido peligroso encontrarse con él: un jefe ‘para’ acostumbrado a sentenciar la muerte. Pero estando dentro de un penal con ‘extremas medidas de seguridad’ (días antes se encontró allí, en un operativo sorpresa del Inpec, una granada de fragmentación, 11 millones de pesos y aguardiente), a mi me pareció indefenso, sin dejar de ser intimidante. Íbamos con expectativas de lo que pudiera revelarnos, pero tampoco nos hacíamos demasiadas ilusiones. Como presupuestamos Mancuso es un ‘viejo zorro’ curtido en la retórica de evadir preguntas y no se resbaló en ninguna de las cáscaras que le pusimos. Sin embargo, dejó muy en claro un par de cosas no del todo irrelevantes.

La negociación se venía yendo al traste

El descontento que venía teniendo con el Gobierno lo vino a justificar un mes después de la entrevista. La madrugada del martes 13 de mayo Mancuso fue sacado sorpresivamente de su celda para ser embarcado en un avión rumbo a los Estados Unidos. Igual suerte corrieron otros doce jefes paramilitares, escarmentados a purgar allá sus delitos de narcotráfico, con la ‘novedad’ de que en Colombia seguían delinquiendo desde las cárceles faltando al compromiso adquirido. Muchos aplaudieron la decisión. Otros, en cambio, tomaron la medida como un nuevo traspié del presidente Uribe hacia la Corte Suprema de Justicia, para que no siguiera mandando al ‘bote’ a tantos congresistas afines a su gobierno.

El otrora jefe de la mesa de negociación de las Auc venía denunciando el incumplimiento permanente del Estado. No sólo con los cerca de 30 mil desmovilizados, sino también con las poblaciones en donde ellos ejercían la ley y el orden –a cualquier costo- y que, según él, algunas permanecen igual de desprotegidas o peor. Confesaba que si bien tuvo avances la política estatal de seguridad democrática, en muchas regiones se quedó ‘cojo’ ese amparo.

“Significa que el Estado no ha tenido la capacidad de solucionar todos los problemas sociales de estas zonas marginales, de esta Colombia marginal”, dijo Mancuso y agregó, además, que la maquinaria oculta que financió y promovió por años el paramilitarismo aún sigue intacta: “El paramilitarismo de Estado sigue vigente. Ese no se ha desmovilizado”. Esa cúpula, seguramente el mismo ‘grupo de los seis’ que mencionaba Carlos Castaño, sigue libre e intocable. Es común que la justicia condene a los que funcionaron como punta de lanza y no a quienes inyectan millonarias sumas para perpetuar la guerra históricamente lucrativa. Quién otro sino él, Salvatore Mancuso, para dar testimonio de la fortuna cosechada durante su militancia en la ilegalidad.

Para la muestra un botón: una semana después de ser extraditado, fue descubierta una caleta en un lujoso apartamento en Montería, donde Mancuso guardaba con recelo varias propiedades a nombre de testaferros comerciantes y ganaderos. Lo que hoy prueba dos cosas: primero, que Mancuso por más dispuesto a someterse a la justicia, no quería abandonar sus hábitos de resonante etiqueta. Y segundo, que no estaba entregando todo –como decía estarlo haciendo- para reparar a las miles de víctimas que dejó en Córdoba, donde imperó su mano.

Habló también de intimidades. Dijo que jamás en su vida se había emborrachado y que tampoco la iba con el cigarrillo (quizás para mantener intacta su impecable dentadura). No sé porqué una luz, por allá escondida en la memoria, me hizo recordar al difunto Abraham Lincoln cuando dijo que poco confiable y de pocas virtudes es una persona que carece de vicios. Resolví entonces no creer ciegamente en sus confesiones.

Al comienzo del proceso los paramilitares estaban optimistas. Creían que la negociación con el Gobierno les iba a traer pírricas condenas y luego, por arte de birlibirloque, encontrarían el olvido de sus crímenes en la opinión pública para obtener –legalmente- curul en próximas elecciones.

El propio Mancuso reconoció, ya muy tarde, que al prohibírseles la posibilidad de hacer política, estigmatizándolos y callándoles la boca a los actores del conflicto, no se sentaría a negociar nunca ni siquiera la guerrilla. Más que nunca pareció sentirse traicionado, por eso hoy pide que la justicia llegue también al Estado, “a la clase política que se arropó en la autodefensa y hoy nos niega como lo hiciera Pedro con Jesús”.

Lo dice en la última carta que le envía desde EE.UU. a medio millar de desplazados del departamento de Córdoba, para pedirles perdón por el destierro al que los tuvo sometidos. Traigo a colación este artículo en este momento porque, estando lejos Mancuso vuelvo a pensar en las víctimas que difícilmente tendrán oportunidad de lanzarle consignas o tomates o reclamos a su verdugo.

“Si la ley del Talión significa algo en el camino de la reconciliación, la acepto con gusto”, dice en la carta, como reconociendo que el destino labrado, ineluctablemente, viene acompañado del castigo. Hoy dice ser un hombre arrepentido y por lo menos yo se lo creo, aunque quienes verdaderamente importen sean sus víctimas.

Recuerdo que antes de dar por terminada la entrevista le pregunté qué metía antes en sus bolsillos y qué guardaba ahora:

“Cargaba un maletín con un GPS, un portátil con información y fotos de mi familia. Ahora, guardo las llaves de mi celda, un bolígrafo y una libreta”, aseguró.

Los tiempos le han cambiado después de esa entrevista. La última vez que lo vi fue en una imagen que transmitió un noticiero internacional cuando Mancuso se presentó ante una Corte norteamericana, con la barba sin afeitar, los ojos hundidos y metido en un uniforme naranja de reo, arrastrando una cadena cruzada de las muñecas a los tobillos. Nada quedaba de aquél suntuoso majo de ascendencia italiana.

Internado en D.C Jail (una de las cárceles más estrictas del mundo), el paraíso que significaba estar en Itagüí con autorización para sus vanidades, es historia patria. Hoy sólo tiene derecho a cinco duchas semanales, visitas escasas y una hora de sol a la semana. La ley del Talión parece que empieza a ejercer su cometido.

Y sin embargo, me sigo preguntando: cuándo llegará al fin la justa recompensa para las víctimas, a las que en ésta histórica injusticia les han arrebatado 7 millones de hectáreas según las cifras. Cuándo será que les devuelven por lo menos la mitad de la tierra que tuvieron con la cual labraban su sustento. Cuándo será que les prestamos la atención merecida, distinto a cuando se parquean por horas en el Parque de la 93 en el exclusivo norte de Bogotá para exigir que sean tomados en serio. Cuándo será que los sacamos del olvido. Cuándo será que los mandamos al banquillo, pero del reconocimiento, la disculpa y la dignidad, cuándo será, pregunto, cuándo será…

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